«Se recoge lo que se siembra»
La debilidad de espíritu (de ánimo) siempre me ha parecido despreciable y ajena a la naturaleza humana. Esta fragilidad no resulta inherente a la persona, por el contrario, es algo aprendido. Lejos de ser una cuestión relacionada con la herencia genética, o la inteligencia del sujeto, nos encontramos ante el resultado de una educación fallida, lánguida, blanda, destructiva y posmoderna que ha impregnado a las últimas generaciones de jóvenes y niños pera.
Secuestrados por unos padres que han hecho oficio de la estulticia, los “retoños” han crecido castrados, privados de contacto con la realidad. Se les ha ocultado cualquier atisbo de sufrimiento, dolor, esfuerzo o sacrificio.
Niños y adolescentes tiránicos, incapaces, ególatras e ineducados; de esos que puede usted encontrar a lo largo y ancho de la geografía hispana y, yo diría más, mundial.
Jóvenes irrecuperables, incluso para sí mismos, a los que ya no salva ni una buena somanta de hostias bien dadas. No llegamos a tiempo (y, además, la asistente social no lo consentiría).
Niños que se traumatizan si no alcanzan sus deseos
“Síndrome del emperador”, carne de psicólogo, flacidez mental
Sigan, sigan ustedes criando a sus hijos en jardilín, apártenlos de los real, díganles que no existen monstruos, que todo es paz y amor, que ellos son los primeros de todos y que están por encima de todo. Pero luego no se me quejen de la discapacidad intelectual de nuestros políticos.
Y no me lloren cuando sus vástagos les aparquen en el asilo
